viernes, 29 de mayo de 2009

Banalizar el sexo

Este texto es complementario de otro, aparecido en la revista "Alfa & Omega", perteneciente a la jerarquía eclesiástica española, que tan dignamente preside el Cardenal Antonio María Rouco Varela.

En el texto de referencia, el Sr. Benjumea hace gala de consistencia y solidez incontestables en la aplicación de la lógica aristotélica al caso que nos ocupa: el debate en torno a la política del gobierno ZP en lo relativo a sexualidad.


El Sr. Benjumea no lo explicita, pero se sobreentiende en su artículo, con el que tengo pleno acuerdo, que él condena severamente lo que sería el uso de las facultades que el Señor nos ha concedido, de una vez y para siempre, con la exclusiva finalidad de proporcionarnos placer. Lejos de la debida obediencia a los designios naturales de reproducción y procreación para los que el Señor nos los ha generosamente otorgado.


El Señor, valga la redundancia, nos ha proporcionado los sentidos, el olfato, la vista, el oído, el tacto, el gusto y satisfacciones derivadas (el sexo entre ellas) con finalidades específicas, cuyo uso la humanidad, habitualmente laxa y disipada, se ha encargado de distorsionar, desviándolos hacia usos incontinentes y desenfrenados, con el único fin de obtener placer.


Estoy en un todo de acuerdo con el Sr. Benjumea, a quien, de ahora en más, dada la proximidad ideológica y simpatía que sus ideas me suscitan, llamaré con el cariñoso apelativo de "Benju". Sólo me resta reprocharle haber acotado su tratamiento al estrecho y exclusivo ámbito de la sexualidad. ¿Por qué limitarnos a él? Veamos, por ejemplo: el sentido del gusto.


¿Acaso el Señor no nos regaló el gusto para que podamos discriminar de los productos que la naturaleza nos ofrece, aquéllos que hacen bien a nuestro sistema digestivo, de los que lo perjudican? El gusto nos permite discernir lo venenoso de lo nutritivo. ¿Para qué más? ¿A qué vienen los excesos y regodeos de la culinaria francesa? ¿Cuál es el sentido de las comilonas españolas, paellas, guisos, jamones, mariscos, etc., etc., siempre regadas con abundante vino, desde el punto de vista de la reproducción de la vida? ¿¡A qué tuvo la Humanidad que inventarse las escuelas de gastronomía!? Después de todo el Señor nos proveyó de un aparato digestivo para alimentar nuestro cuerpo, con mesura, equilibrio y frugalidad. ¿Cómo justificar el derroche de energía y el despilfarro de productos empeñados en tamaña liviandad? Para hacerla corta, habría que proponer a un futuro gobierno, del PP naturalmente, que prohibiera: todas las escuelas de gastronomía nacionales y extranjeras, el uso de bebidas licorosas, incluido el tinto de Rioja, como no fueran destinadas exclusivamente a la celebración de misas y eventos religiosos. Coherente con esta medida, habría que cerrar todos los restaurantes en España, sustituyéndolos por honestos y frugales comedores, donde se sirviera, propongo, el siguiente menú: en invierno, sopa castellana de primero, y guiso de lentejas de segundo; postre, si lo hubiera, estaría limitado a las frutas de la estación. En el verano, sería sustituido por gazpacho y ensalada de atún. En las estaciones intermedias podrían introducirse ligeras variaciones. Con lo expuesto bastaría para sustentar nuestras cristianas existencias, sin excesos, ni trivialidades. Y conjurando al mismo tiempo los pecados que todos sabemos los excesos gastronómicos, y sobre todo etílicos, promueven.


Pasemos a otro. Por ejemplo: el sentido del olfato.


El Señor nos concedió esa gracia para un amplio espectro de funciones: otear en el aire la presencia de fieras que amenacen nuestra existencia; la diferenciación, vía olfativa, de productos amables a nuestro organismo de los que resulten tóxicos. En la alimentación, actúa en consonancia y por acuerdo con el sentido del gusto, para poder discriminar los artículos aptos de los no aptos para el consumo; en la sexualidad, para excitar y potenciar, siempre dentro del matrimonio, por supuesto, la atracción por el ser del sexo opuesto que haya decidido acompañarnos de una vez y para siempre, hasta que el Señor decida llevarnos. También sirve para diferenciarnos de aquellas personas de categoría inferior, con harta frecuencia malolientes. Podría hacerse un extenso inventario de las funciones del olfato, concedidas por Nuestro Señor. Entonces, digo yo , y seguramente Benju conmigo, ¿a qué vienen los Christian Dior, los Armani, los Kenzo y todas esas porquerías inventadas por la moderna humanidad, que sólo tapan nuestros naturales perfumes e instigan fantasías más que condenables? ¿A qué los perfumes de tiendas y shopping para tentar a la flaca humanidad? ¿A qué la seducción odorífera, promovida por ciertos restaurantes, con el fin de convocarnos a pantagruélicas jornadas, fuentes de placeres prohibidos y de excesos procaces? Propuesta: debería prohibirse la fabricación, circulación y venta en todo el territorio español de productos de aseo, femenino y/o masculino, llamados perfumes, así como desodorantes de ambientes y cualquier apelación al consumo de difusores odorizantes, con evidentes apelos demoníacos.


Prosigamos con otro: el sentido de la vista.


¿Para qué nos concedió el Señor el privilegio de ver? Por muchos motivos. Podemos enumerar algunos: saber cuándo es de día y cuándo de noche; si está nublado o hay sol; si delante nuestro nos aguarda un amable sendero o el oscuro hueco del ascensor; poder medir la distancia que media entre nuestro cuerpo y un coche que venga a cierta velocidad para así, mediante la lógica que Benju tan bien aplica, concluir si, manteniendo las mismas variables de velocidad y tiempo, el vehículo irá a pasarnos por encima, o conseguiremos sortearlo. Bueno, habría una larga lista de formulaciones justificativas del sentido de la vista, que el Señor nos ha concedido. Una vez más, y siempre en consonancia con Benju, para ser usado en estricta observancia a los designios naturales. Nada de desviaciones artificiosas que nos lleven al siempre escabroso ámbito de los placeres sin fundamentos ontológicos. Siendo así, me pregunto: ¿a qué tanto derroche de ingenio, tiempo, dinero, pigmentos, espacios para galerías, pinceles y demás elementos que demanda la pintura contemporánea? Me refiero, naturalmente, a la pintura no figurativa. Valga la aclaración porque dentro de la figurativa tenemos los hermosos frescos dedicados a homenagear a Nuestro Señor, siempre en consonancia con el orden universal, creado de una vez y para siempre. Por lo que propongo: cerrar todas las galerías de arte contemporáneo de España. Y simultáneamente, prohibir la circulación y venta de las llamadas "obras" producidas bajo esta estética. Los artistas locales alineados en esta escuela deberán ser reeducados y reencaminados hacia formulaciones clásicas y reconocibles por un comité de notables, que será presidido por el insigne cardenal Rouco Varela.


Bueno, para no cansarlos, cansarme, en exceso voy a dejar por aquí. Pero estoy seguro de que, si apeláis a vuestra inteligencia, sentido de la piedad cristiana y aplicación de la lógica aristotélica, con la pertinencia y el rigor con que lo hace Benju, encontraréis muchas otras cosas de nuestro degradado e inmoral mundo que deberían ser enérgicamente condenadas. O lisa y llanamente, prohibidas.


Amén,


P.S.: Por ejemplo, podríamos decir: del modo en que se ha banalizado la propiedad social, lo que antaño se consideraba patrimonio público, no tiene sentido negarnos a pagar a una empresa privada por el agua que bebamos, por la salud que necesitemos atender, por la educación, por el derecho a pisar los parques, o de andar por las calles, o consumir el aire que respiramos.
Sí señor, habría que pagar por un montón de cosas más, de las que aún hoy disfrutamos sin habernos cuestionado que con nuestra irresponsable conducta hay empresas que dejan de ganar dinero. Y, en consecuencia, a no generar importantes fuentes de trabajo.


Del mismo modo, si se banaliza la muerte, como se ha consagrado en Iraq, en Gaza y en tantos lugares más, ¿qué sentido tiene que existan los tribunales para los asesinos? Dejémonos de joder con tanta hipocresía y que todo el mundo tenga derecho a matar a quién quiera. Cuando digo "todo el mundo", me refiero por supuesto a los que están preparados para ellos: las policías, los ejércitos, los guardaespaldas, los mercenarios, etc. Estoy seguro de que el señor Benjumea apoyaría entusiastamente mis ideas, en total consonancia con las suyas.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado hermano en la gloria de nuestro señor Jesucristo.

Después de leer su magnífico artículo de ayer sobre la banalización del sexo y otros orificios (nariz, boca, oídos) y la consecuente despenalización de los violadores, me solidarizo plenamente con su postura y la del camarada Benju, lo cual me da ánimos para ir un paso más en la propuesta.


Como ya es sabido y comprobado, que nosotros los creyentes cristianos bienpensantes y de altísimo nivel de moralidad (a la cabeza, la curia, por supuesto) una vez muertos vamos a ir a derecho al cielo y si la causa fuera el martirio, además nos iríamos a sentar a la derecha del padre (a la izquierda no parece que haya sitio)... me atrevo a proponer que sea inmediatamente despenalizado también el asesinato, pues éste sería, sin lugar a dudas, un método magnífico y colaborador necesario para el alcance de la gloria eterna.


Bien entendido qué sólo serían asesinatos no punibles los que afectaran a miembros de la Santa Madre Iglesia, ya que de otro modo podría suceder que el cielo se acabara llenado de espíritus que no han sido realmente merecedores de ese tratamiento debido a su disoluta existencia terrenal.

Beso sus pies, reverendo, con el ruego de que haga partícipes a Benju de mis humildes consideraciones.

Roberto

o!h dijo...

jajajajjaja...
cúanta locura por Dios
....
y qué normales somos nosotros, que suerte :)

o!h dijo...

Por cierto, la foto expléndida, no podías haber cogido una mejor!

Unknown dijo...

Todas estas cosas tendrían más gracia si no estuviéramos hablando de una ¿gente? de una vileza y crueldad extrema.
Está claro que estos individuos van en contra de todo lo que pueda hacer feliz al ser humano, por lo que por mí, deberían extinguirse.

José A. Herrera-Cervera dijo...

El señor nos pille confesados